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viernes, 19 de agosto de 2011

El sol escrito


El sol caía inevitablemente hacia la cúspide de lo visible, hacia más allá del horizonte. Moría a cada rato mientras a su paso dejaba sus últimos alientos de calor, sus ya pequeños rayos que deshacían el atardecer y se convertían en una noche imperturbable y mezquina. Desaparecía para quizás, quién sabe, volver a renacer dentro de un tiempo, pero aún quedaba mucho para ello. Las últimas ráfagas de luz recorrían las hojas del libro, dándole un color pergamino antiguo y olvidado. Las dejaban impregnadas de un halo mágico de misterio, como si ese atardecer que se convertía poco a poco en anochecer formara parte de la historia que por sus páginas transcurría.  El cielo cogía a cada rato un color más oscuro, mientras por él se deslizaba lo poco que quedaba de ese día, desvaneciéndose lentamente en una neblina de incertidumbre frialdad. Ya casi ni se veía, el calor abandonaba el aire dejando paso a un frío glaciar que se apoderaba de este mientras se imponía un reinado efímero  dejando caer sobre la tierra una manta negra y cubierta de estrellas brillantes y planetas lejanos.
Desaparecía en el horizonte como una gota cuando se estrella en un mar inmenso. Estiraba mi cabeza para poder observarlo una vez más y sentir su calor apacible antes de dejar paso a la noche. Cuando por fin sucumbió a una muerte escrita, comprendí lo solo que había estado, y lo solo que estaba ahora. 

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