Etiquetas

jueves, 24 de febrero de 2011

Un sentimiento inoportuno

Un tema soberbio y ya bastante viejo recorre los oídos de las gentes de todo el mundo en estos días de desconcierto y perplejidad. En las calles se habla de él, en las casa se comenta y se abren debates extensos con preguntas y sus respectivas respuestas bien afiladas. Un tema que ahonda en lo más profundo de nosotros cuando aprisionados nos sentimos por una razón o varias.

Ha vuelto a la boca de todos, ha vuelto lo que creí que se daba por extinguido y abandonado en el olvido, lo que creí perder cuando con un movimiento de cabeza aceptábamos lo que nos imponían y así acabábamos, malgastando nuestras vidas.
Hablo, pues, de la Libertad, eso que para algunos se traduce como un sentimiento inoportuno de rebeldía e inconformismo y para otros la inscripción en sus corazones de todos los derechos que conciernen a toda la humanidad. Tal vez ahora, y no hace medio siglo, se pueda decir que vivimos con una libertad a la orden del día. Pero, ¿cuánta libertad llegamos a tener?, pues pienso que perdemos un poco de ella cada mañana al despertar, cada medio día estés donde estés y cada noche, por la interminable lucha contra las adversidades y tropiezos de la vida. 

lunes, 21 de febrero de 2011

49

Mi mirada encontró
subido en el autobús,
esos ojos
difuminados en el cielo azul.

Sin poder evitarlo
me senté a su lado,
y me quede mirando
ese largo pelo, estrellado.

Y tú tan solemne
mirando por la ventana,
absorta en tu mundo
esperando ser amada.

Que buscaba en tu mirada
mi mirada ya enamorada,
tal vez perderse en tus ojos
sin querer ser rescatada.

Que hubiera dado yo
por saber solo tú nombre,
que lastima de mí
que no supe ser un hombre.

En la parada, tu bajaste
y yo pensando me quedé,
“miradas que nunca,
que nunca se llegaron a ver”.

lunes, 14 de febrero de 2011

Inevitable, como la muerte.

Inquietante la situación que se te puede llegar a plantear en un autobús, un sábado por la mañana, habiendo tomado lo suficiente para estar activo todo el día. Aclarar que todo lo tomado entraba dentro del ya conocido marco legal, ese que si le dejas unos años va disminuyendo de tamaño hasta que cosas tan insignificantes, el hacerlo, entrarías a formar parte del selecto club del Top Ten  “Enemigos Públicos”.
Dispuesto a pasar un día memorable, monté en el autobús sabiendo a donde iba, pero sin saber donde debía parar. Así que, ingenuo de mi, le pregunté al conductor cuál era la última parada, él, con una voz bronca y seca, que parece haber lamido todo un desierto, me contestó de forma indiferente
-el cementerio-.
Y allí, como una estatua de las que coronan los rascacielos más altos, me quedé paralizado. Un frenesí de palabras, mezcladas con imágenes, un coctel que marea bastante, pasaban corriendo por mi mente, dejando una huella imborrable. Y en aquel momento, solo se me ocurrió pensar lo corta que es la vida, lo efímera que es, que en una hora de viaje te basta para vivirla. Ya en marcha, y yo sentado en la parte de atrás, el autobús recorría sin prisa, sin ánimo de lucro, las fantasmagóricas calles en esa mañana de invierno primaveral. En mis pequeños ojos se podía leer perfectamente la reflexión que se escribía en mi cabeza, -¿la última parada?- el cementerio, inevitable, como la muerte.
Así de corta aparenta ser la vida que en un pestañeo, te ves ya metido en el ataúd donde descansaras eternamente de todas las palizas recibidas a lo largo de tus X años de existencia. ¿La última parada?, curiosa y irremediable, como la muerte.



sábado, 12 de febrero de 2011

Días solitarios

Tus ojos me dijeron que valía la pena
luchar, sufrir, por esta condena.
Tus manos me prohibieron
tocar tu alma, llevarme tu corazón,
mirarte a la cara y decirte con una mirada,
que valía la pena tu cuento de hadas.

Le hablaré a las madrugadas,
que cada mañana te despierten,
les diré que te pongan una sonrisa,
Les diré que me permitas verte.
Necesito cuidar el alma, que dejaste sola.
Necesito saber que la vida, no está rota.

Dejaré que los recuerdos se los lleve el viento
que se pierdan, que desaparezcan por el cielo,
entre las nubes se dejen posar y ver el azul.
Y en este profundo baile de sentimientos,
en este pequeño mundo oscuro y viejo,
ante mis ojos, la sonrisa, seas tú. 

jueves, 3 de febrero de 2011

Las Liras de Ámbar

Los Eneros son para el amor,
un ramo de rosas y un rayo de sol.
Los Febreros son para el dolor,
lágrimas de azúcar y de distinto color.

En estos días de romance y viento,
sé nota en tu sutil mirada
un movimiento.

De las calles se despega la luz,
y el triste y perdido cielo
deja de ser azul.

Una breve brisa recorre tu cara,
una lágrima se deja asomar en tu mirada,
un inoportuno rayo de sol
te deja una sonrisa,
como la de hoy.

En las noches, las estrellas duermen,
aquellas que te han sabido amar.
Y en las noches, el dolor se apaga,
y tus ojos vuelven a soñar.

martes, 1 de febrero de 2011

El sueño olvidado

Recuerdo, recuerdo un cuadro colgado en la pared del cuarto de la casa donde cuando era niño, jugaba a ser mayor. El cuadro no era grande ni pequeño, ni ancho ni largo, era normal. En el se representaba lo que algunas veces sueño en las noches del largo invierno. Quizás ahora sea el momento de descubrir, de desvelar los secretos que se esconden tras los sueños soñados.


Recorría un largo pasillo, negro, sumido en la oscuridad, pero con la suficiente luz para poder ver cual era el final de ese camino tan largo, tan oscuro, tan al fondo de mis sueños. Cuando ya había llegado descubrí que era una puerta, y la indecisión me invadió, debía o no abrir esa puerta, debía o no desvelar los secretos. Haciendo caso a la razón, la abrí. En su interior, una habitación vestida de azul, solitaria de bienes materiales, mas al fondo había una ventana y asomada a ella, una mujer con un largo vestido de seda y una melena morena y brillante. Ella me daba la espalda y miraba fijamente hacia el exterior, hacia un enorme mar, que se confundía con el cielo más allá del horizonte viejo que tantas veces había observado. Decidido, me acerqué a la mujer, me puse a su lado, pero seguía sin poder verle la cara, esa cara que tantas veces había soñado con poder admirar. Así que, resignado y echándole una última mirada de gratitud a ese mar inexistente, me di la vuelta y cerré la puerta. Otra vez, expulsado de mi cuadro, otra vez, sin poder verle la cara a mis sueños.