[Choca
mi reflejo contra un charco de agua estancada]
La
vacía alma, marchita, desaparece,
se
refugia en el cristal de la soledad,
donde
observa unos ojos negros, casi muertos.
Piensa,
y el pensamiento se desvanece,
mientras
lanza la copa con rabia, allá,
donde
el sonido de los cristales rotos
no
pueda perturbar su silencio.
La
música ha dejado de sonar,
la
lámpara, de piel marrón, apagó
su
último aliento, entre los suspiros
de
los que temen la soledad.
El
mar, impaciente, entra por la ventana.
Las
páginas de un libro corren hasta
pararse
en la última, donde tras un
breve
verso de amor, la palabra
muere,
como mueren los poetas, porque
la
vida, no les dejó llorar su condena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario