La
soledad…, esa palabra que parece que entre ella crea un vacío enorme dejando
sin significado a las demás, dominante entre todo aquello que pueda vencer. La
soledad es lo que a veces reina en nuestros corazones, en nuestros ojos, en
nuestras mentes, una soledad personal, un rasgo de pesar y melancolía, una
ausencia de algo, pero cuando la soledad lleva mucho tiempo en nosotros, por
muy fuertes que seamos, nos acaba venciendo. A ella nos sometemos porque es
ella quien dirige sin quererlo nuestra vida, es la enfermedad de quienes no
tienen al lado nada más que a ella misma.
Recuerdo
un libro que describía la soledad como aquello a lo que aspiramos si a veces la
vida no sale como a uno quiere. Ese trance, en la que impera en tu conciencia,
hasta que sales de ella, o te mueres con ella.
La
soledad, maldita soledad que hace cambiar al más loco de los locos, el antídoto
más efectivo es siempre el que uno puede darse, depende de las ganas que tenga,
si aún le queda de eso. Puede ser una pena más, que ensombrezca tu vida. Puede
ser una alegría que esperas. Pero si la soledad te coge de la mano, nunca te
fíes, puede no soltarte en 100 años.
“El infierno está todo en esta palabra:
soledad” Víctor Hugo.
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