Hacía
tiempo que no volvía, que no me dejaba caer por allí. Lo tenía un poco
abandonado, quizás por mi irreverencia a estar en sitios donde no soy bien
acogido. Pero esta noche todo me daba igual, llevaba recuerdos queriendo
sacarlos del bolsillo desde la última vez que entré, porque me parecía el mejor
lugar para estar, amparándose de esta lluvia nocturna y puñetera que lleva
mojando horas las pocas ilusiones que tenía de pasármelo bien.
Me
siento, es el lugar de siempre, donde se tiene una perspectiva bastante buena
del todo el bar. Es curioso y siempre me gusta comentarlo la extraña sensación
de que aquí las cosas se ven del revés, que no deja de ser metafórico. Las
alfombras en el techo, granates y de terciopelo suave, gastadas por el tiempo
que llevan volando en lo más alto que les puede permitir el bar; un suelo
formado por trozos de baldosas, con formas y colores diversos, como un mosaico
de ideas abstractas.
Me dejo
llevar por el ambiente, recuerdo que llevaba algo en los bolsillos, lo saco y
lo miro con cautela, como si esperara algo inesperado, como si ese algo me
produjese dolor, por el simple hecho de recordarlo. Suspiro, pienso –esta no es
la vida que llevaba antes-, reflexiono- con cuántas gotas de esta maldita
sangre que me recorre las venas bastarán para contar mis prejuicios, mis
errores, mi condena incierta y poco amarga-.
Quizás,
no me encuentre en este camino, no sea más que la dulce zozobra del viento que
impide la navegación de las ilusiones y deseos, la temida ola que engulle sin
razón aparente los corazones apostados tranquilamente en la playa. Vivo porque
tengo que vivir pero dejo que mi existencia, amarga soledad de la noche,
recorra con lloros en vez de lágrimas esta playa sin arena, sin mar, sin nada. Abandono,
hace tiempo que renuncié a pensar que la vida me podría dar algo que yo no
buscase o no quisiese buscar, pues no había nada mejor que hacerse buscador de
uno mismo, en un desierto inmenso como es el alma humana.
Vuelvo
con tremendo pesar a la situación presente, las alfombras en el techo, las
baldosas con mosaicos, la vida entera delante de mí… Guardo con sumo cuidado en
el bolsillo ese algo que me hizo recordar, ya solo me queda pensar,
reflexionar, encontrarme ahora…
No, no abras
la puerta, no entres, pues me quedé solo escribiendo en esta soledad maldita,
sin causa ni razón por la que quedarme despierto, lamentando cada palabra, cada
letra de esta…, mi existencia.
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