Bonita noche, lástima que para mi se acabara. Esperando en la parada de autobuses empecé a recordar los buenos momentos que había pasado con mis amigos aquella tarde; risas, bromas y charlas sin sentido que cada vez que se pasaban por la cabeza se te ponía en los labios esa sonrisa que nadie puede evitar, mirando como un tonto hacia ningún punto en concreto, pero porque solo mirabas esos buenos recuerdos. Volviendo a la realidad veo a lo lejos el panel electrónico del autobús, una luz que me recuerda los aburridos viajes en los que siempre uno se acaba durmiendo… pero esta vez iba a ser diferente.
Al parar delante de mí, suspiro con un pésimo valor y cruzo la puerta del autobús.
-Hola Juan, ¿Qué tal la ronda?- le pregunté al conductor mientras pagaba el billete.
-Como todas las santas noches-me respondió sonriendo.
Me dirigí hacia mi sitio habitual, el asiento el cual nadie ha ocupado en 5 años excepto yo, -tal vez deberían ponerle mi nombre-. Aquella vez si que había unas cuantas personas en el autobús, algo increíble. Me senté y cerré los ojos, deseando que ese viaje durara lo menos posible, pero sin embargo algo me hizo abrirlos. No se si fue un rápido resplandor que paso por mi mente, o una sutil mirada de la luna creciente de aquella noche, pero empecé a observar los rostros, de los que aquella noche, me acompañaban en aquel autocar nocturno.
La primera en encontrarme con la mirada fue con una joven chica muy guapa, que estaba mirando, con una sonrisa de esas que te dicen lo enamorados que están las personas, una foto de ella y su novio en un precioso parque, junto a un lago, él mirando a la cámara y ella a él, y a la vez recordando el corazón con las manos que le había dedicado su novio cuando ella montaba en el autobús, desde entonces no había dejado de pensar en él, y claro estaba que aquella noche, soñaría con las historias de amor.
Mi mirada se posó en un chico, casi adulto pero todavía con algunos rasgos juveniles en el rostro. Estaba escribiendo en su cuaderno de cuero blanco del cual nunca se separaba y era así como mataba el tiempo en los viajes, recordando con su pluma porque los poetas siempre se encaprichaban de lo bello que es el mundo, de lo fantástico que es el hombre y de lo magnifico que es sentirse libre.
Pero había mas gente que tenía que contar una historia aquella noche, como unos ancianos sentados el uno junto al otro abrazados, se relataban como les había ido el día, el ultimo día de su negocio que llevaba prosperando desde hacía mas de 40 años, los vecinos se acercaban a su establecimiento a saludarles y abrazarles, a comprarles esa ultima migaja de amor que siempre daban a sus clientes, esa sonrisa cordial de buenos días y un -que te vaya bien-, no sabían si les volverían a ver, pero ahora les tocaba disfrutar del resto de la vida juntos, jubilarse nunca fue tan dulce, si tienes a alguien al lado para compartirlo.
Sentados en la primera fila, había una mujer ya entrada en años, con su hijo pequeño, de no menos de una década de vida, el chaval relataba a su madre que había estado jugando con un perro que le había cogido mucho cariño, él estaba feliz y entusiasmado pues su madre le había prometido que si se portaba bien le regalaría uno, así el niño no tendría que pasar esas largas tardes aburrido, sin hacer nada, encerrado en una cárcel de muebles, objetos y miserias incomprensivas.
Al fondo, sentado en el lado derecho y ocupando los dos asientos, estaba un chico de 16 años, su rostro era un cristal mojado aquella noche, sus ojos rojos casi cerrados declamaban por todo el autobús lo triste que podía ser una tarde de sábado en la que la chica con la que llevaba 2 años había cortado con él. Y allí estaba, sentado y casi inmóvil, pues no paraba de temblarle las piernas, hombros alicaídos y sin ganas de estar vivo. Si de él dependiera, se quedaría toda la noche en su asiento, pensando en que pudo fallar y lo que dejó escapar, con el amor se podía vivir en los tiempos de cólera como bien dijo Márquez, pero para ese chico ya no había amor, se había esfumado, como la roca que se erosiona, lentamente, sin poder evitarlo, y viendo como su corta vida pasa ante sus ojos. Apenado y melancólico, miraba por la ventana, con la esperanza de ver una estrella fugaz que recorriese el despejado cielo de aquella noche, y pedir un deseo, un deseo que le hiciese sentir vivo, de nuevo.
En medio de la travesía nocturna, el hombre que estaba de pie junto al conductor, tenía un mar de dudas en la cabeza, y él estaba en ese mar a la deriva, montado en un barco tan pequeño como la esperanza que tenía.
- ¿Sabes Juan?,- le dijo al conductor- últimamente estoy teniendo problemas, no se que es pero algo me duele aquí dentro- tocando con la mano derecha el pecho- me deprimo cada día un poco más.
-¿Y que tipo de problemas tienes?- le preguntó Juan, apartando la mirada de la carretera para mirarle a los ojos.
- No se, no me siento feliz, las mañanas se despiertan grises y los pájaros ya no cantan en mi ventana- dijo con una voz que parecía apunto de apagarse.
- Veo que tu cabeza es un marco sin nada dentro, sin colores vivos ni fragancias exóticas, ¿has pensado en sonreír?
- ¿Para qué?, de donde saco una sonrisa si no tengo nada por lo que reír.
- bueno, pues tienes a una familia maravillosa que te espera cada noche en tu casa, una mujer que te abraza cada mañana para animarte el resto del día, unos amigos que te invitan a unas cañas si te ven deprimido y un mundo entero que te sonríe toda la semana, tienes mil motivos para sonreír, pero el problema es que no los encuentras ni tampoco los escuchas, disfruta de las pequeñas cosas, y la vida te ira mucho mejor.
Esta vez el hombre si que sonrió.
-Tienes razón…
De nuevo mis ojos volaron por los asientos, intentando descubrir que más historias guardaban los viajeros, esta vez me quede mirando a una chica, una chica que estaba de pie, a la espalda llevaba una guitarra y lo mas curioso y fue lo que más me hizo pensar, es que en la mano izquierda llevaba una rosa, y después de verla volví a mirar a sus ojos intrigado…
Una sacudida del autobús me obligó a abrir los ojos y ponerme en alerta, me había quedado dormido, otra vez, sin darme cuenta había llegado a la última parada, la mía. Despidiéndome del conductor, bajé lentamente, como si no quisiese terminar ese momento. Otra vez, me había quedado dormido, y estaba pensando, por qué había soñado eso, extrañado emprendí el camino de regreso a casa, pero mientras eso, comprendí que incluso en el sitio más inusual, en el lugar más insospechado, hay alguien ahí con una bella e interesante historia que contar y que incluso sea un sueño o una realidad también habrá alguien que querrá escuchar.
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