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jueves, 7 de julio de 2011

Malas ideas

Sentado, al amparo de las estrellas, apoyado en una roca llevaba toda la noche. Como si de una prolongación de su brazo se tratase, sujetaba una botella de ron añejo que cada cierto tiempo y cuando él veía oportuno, se la llevaba a los labios para beber pequeños sorbos que le mantenían con vida y caliente en la noche. Se consideraba un hombre con el corazón apretado por una mano rígida, su pesadilla de cada anochecer, que le mantenía en vela y fingiendo un mal de insomnio.
Sin animo de lucro se bañaba en cada recuerdo que le hacía feliz y le conseguía sacar la sonrisa, que parece fácil, pero ni a tiros se asomaba. Dejaba bailar a sus pensamientos haciendo de estos un mal uso y con poca coherencia se acordaba de todos aquellos a los que echaba de menos y les escribía poesías para que no le olvidasen, pero por falta de recursos, otros dicen de inteligencia, el correo nunca llegaba al afortunado dedicado. Con andares lentos y mirada desecha se le recordaba en noches como esta, aullando a una luna desaparecida, esos cuatro versos que escribía en el reverso de la botella.


Si solo me he sentido,
nadie me echará de menos.
Cuántas lágrimas brotan,
al final de cada verso.

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